A Caspar David Friedrich, en el año 1818, se le iluminó aún más su hemisferio cerebral derecho y creó una de las obras maestras del Romanticismo: «El caminante sobre el mar de nubes».
En la obra se puede ver a un viajero en lo alto de unas rocas o una montaña, observando el paisaje que tiene a sus pies: más montañas y más nubes en comunión, muy densas al comienzo y más difusas al final, donde se puede apreciar un curioso pico en la parte derecha de la imagen (se trata de un paisaje de la Suiza de Sajonia).
El estilo de vida de Friedrich con su amor por los lugares aislados y maravillosos que nos ofrece la naturaleza, le convirtieron en uno de los máximos representantes del concepto de lo sublime.
En una excursión hacia la base del Urriellu, con los infinitos mares de nubes de las zonas altas, con la majestuosa presencia del mismo Naranjo de Bulnes, con el simbolismo onírico que nos ofrece la zona de Picos de Europa… pude obtener esta fotografía que, de un humilde modo, se asemeja a la obra de Friedrich.
Una figura con un palo de avellano de montaña se encuentra en una elevación del terreno, al fondo sobresale el Urriellu tanto como le permiten las nubes, las cuales, cubrían el cielo y comenzaban a extenderse por el valle.
La figura silueteada se encuentra de frente en una postura para nada casual: está defendiendo el paisaje de impurezas, está conservando la esencia del lugar, está preparado para entrar en combate contra quien se atreva a perturbar la tranquilidad de la montaña. ¿Existe algo más sublime?
Su misión no es trivial, y todo el mundo tiene cabida simbólicamente en la fotografía, debido a que cuando dichos guardianes desaparezcan, cuando la naturaleza no encuentre más defensores que su fuerza bruta, usará dicha fuerza para acabar con toda la humanidad, la misma humanidad que fue terminando con sus protectores.
El Romanticismo del siglo XXI es fuerte dentro de su debilidad, ya que en tiempos de máximas velocidades a través de la red por la que circulan los hechos más abobinables, necesitamos a los sentimientos que nos evocan los lugares maravillosos, escondidos y solitarios de la naturaleza, para que nos devuelvan un poco de la esperanza perdida en años de (des)evolución.
Cuando los sueños se desvanecían,
cuando las esperanzas por mantener la esencia de las cosas
desembocaban en derrotas,
cuando la oscuridad se apoderaba de la luz…
Aparecían los guardianes de la naturaleza,
volvían los héroes de entre las sombras,
surgían los defensores de la historia más bella…
Aunque al igual que la niebla,
permanecían por tiempo limitado,
al igual que las olas,
albergaban un rápido desenlace,
pero a pesar de su fugacidad,
el sedimento de su presencia,
nos permitía conservar momentos de paz,
en zonas y lugares,
no aptos para la falsedad
ni para traiciones.